martes, 22 de mayo de 2007

El Ágora de la infoesfera

Las nuevas tecnologías aplicadas a la educación traen consigo debates éticos y metodológicos. Desde la postura sobre la desmedida interacción del hipertexto, hasta la panacea para soluciones modernas. Profesores reticentes y alumnos súper “conectados”: ¿hasta donde alcanza la transformación del espacio educativo?

Dicen que Sócrates, al observar un escaparate de una tienda en la antigua Atenas junto a un discípulo, le comentó a éste sorprendido: ¡mira todo lo que los atenienses necesitan para vivir!. El filósofo, que se asombraba frente al exceso de elementos para uso cotidiano, quizás hoy se preguntaría, ante las posibilidades de las infovías, si esas murallas de las polis que contenían el saber y posteriormente derribadas por la información moderna, protegían a los alumnos de métodos despersonalizados.
Es que, para algunos críticos, las nuevas tecnologías trajeron más soledad que comunicación. Para los más fatalistas, la imagen del sujeto frente a la pantalla de su PC, solitario y ausente del entorno, nos lleva a la pregunta si la globalización no es más que un compendio de sujetos vueltos sobre sí mismos.
Y no es el único peligro. La saturación de la información, según Manuel Área Moreira, provoca en los jóvenes “indiferencia ante el sufrimiento de los demás” y “la incomprensión o la incapacidad de explicar cualquier acontecimiento debido a la presentación fragmentada de los hechos en los medios”.
Ésta problemática, trasladada al claustro, nos hace reflexionar sobre la metodología a emplear, en lo que se refiere a nuevas tecnologías aplicadas a educación.
Barbulles y Callister afirman en Educación: riesgos, y promesas de la tecnología (Editorial Granica. 2006) que los usuarios “deben ser críticos y reflexivos en cuanto a las eventuales consecuencias de su aplicación”, manteniendo una clara distinción entre lo que es la herramienta, y el fin para la cual ésta sirve. Esto sin olvidar que, cuando un sujeto se sumerge en la tecnología y absorbe influencias, le resulta imposible obtener lo que desea sin recibir algo de lo que no desea. Esto conlleva a veces a agravar el problema que nos proponíamos resolver.
Otro de los aspectos a tener en cuenta es, en notoria diferencia que suscita con el pasado, encontrar en la actualidad a docentes en franca desventaja frente a un alumno súper “conectado” e “informado”, en lo que a tecnología se refiere. La irresponsable reticencia docente a adquirir conocimientos tecnológicos, no ya para brindarlos sino al menos como forma de comprensión del mundo al que se enfrenta, ha catapultado al analfabetismo digital a una gran parte de los trabajadores de la educación.
Apocalípticos e Integrados
Sin recurrir a extremos, muchas veces atrayentes, podemos asumir una postura más “matizada”. De poco sirve cuestionar los avances que ya conviven con nosotros, solo es plausible reconocer que dichos cambios ya tienen un impulso propio y alteraron el aula. Frente a esta realidad la postura de la tecnología como herramienta responsable cobra más fuerza. Saber sus beneficios sin olvidar sus promesas incumplidas; entre ellas las de lograr una formación del futuro sin docentes y basada en la auto formación.
Quienes se atreven a este sueño olvidan que los avances tecnológicos no han desplazado al libro, de la misma forma que la aparición de la televisión no acabó con la radio. Pensar en positivo en este sentido es comprender una educación con múltiples herramientas para aprovechar.
Y mientras los agoreros apocalípticos pregonan su fatalismo en el Ágora de la Net, los Integrados se lanzan a conquistar los desafíos de alimentar un sistema de crecimiento personal que nació con el primer gesto, se perfeccionó con la voz, se plasmó con la palabra escrita y se propagó con las tecnologías modernas: la educación como comprensión de la cultura.

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